Tras los
atentados de Francia del fatídico 13 de Noviembre 2015, fueron muchas las preguntas que
revolotearon por mi cabeza. ¿Cómo es posible que un grupo de jóvenes en
plenitud de facultades físicas y mentales sean capaces de inmolarse en un
atentado? ¿Qué les mueve a cometer tal atrocidad, llevándose con ello a cientos
de personas, que ajenos a sus intenciones, ni siquiera esperaban ese ataque? ¿Por
qué no temen que el resultado de ese acto ni siquiera les pueda aportar la
oportunidad de ver su derrota o su victoria? ¿Qué mente es capaz de convencer a
jóvenes estudiantes, nacidos y criados en un país lleno de libertades y
oportunidades a que su único y mejor camino es estallar ante cientos de
personas y morir matando? ¿Qué les hace actuar de esa manera tan cruel en
nombre de un Dios al que aún califican como misericordioso y amoroso? ¿Por qué
cometen un acto que saben que tendrá repercusiones tanto para su gente, como
para su propia religión a la que dicen representar?
Es fácil calificar estos actos
de fanatismo desesperado, de maldad, del actuar de unas personas sin
sentimientos, ni humanidad, acciones de unos dementes. Cuando recibimos de cerca el dolor
de las víctimas, el sufrimiento por la pérdida de amigos, esposos, esposas,
hijos, no encontramos justificación a tales actos, nuestra mente no es capaz de
asimilarlo, ni encontrar una lógica a tanto despropósito. Lo más sencillo es
maldecir a los cerebros de esos maléficos planes, como si los que lo cometieron
no fueran dueños de sus actos. Es
difícil abstraerse de los malos deseos hacia un sistema religioso tan arraigado
y ser objetivos en esta situación, pues occidente se considera víctima, atacada
por una hueste de incultos salvajes, asesinos sin piedad, que solo desean llevar
a la humanidad a una nueva edad de oscurantismo, ya superada por nuestra
sociedad superior en principios y en civilización. Hay que destruir el mal,
a atacar con todas las fuerzas, se nos insta, y además los medios de comunicación, la
opinión pública y los líderes políticos nos convencen de que es el único camino
posible para la solución a ese terrorismo integrista, atacar y convertir esto
en una guerra.
Pero una mente que no se
conforma con la explicación simplista, debe ver más allá, aparte de profundizar
en las causas, todos sabemos que estas son consecuencias de años de odio
creciente hacia occidente, por parte de un mundo árabe no siempre bien tratado
ni entendido. Pero aparte de los asuntos políticos, culturales, económicos y
religiosos envueltos, que son complejo de explicar, yo prefiero centrarme en
las personas, siempre siento la curiosidad de saber que se mueve en la mente de
estos seres humanos, con sentimientos, emociones, dudas y certezas, como
cualquiera de nosotros, pero que son manipulados hasta el grado de cometer
estos diabólicos actos.
Bien, pues hay un libro que
acaba de pasar por mis manos, del cual se ha realizado también una película, y que explica de manera magistral ese proceso que lleva
a que un joven corriente, sin ideología, se convierta en una bomba de carne y
hueso, cuyo afán es destruir en el nombre de una creencia religiosa. El libro se titula: Los caballos de Dios, escrito además por alguien
conocedor de la situación. Mahi Binebine, nacido en Marrakech, cuyo hermano sufrió torturas y prisiones por rebelarse contra la dictadura del rey Hasan II, conoce por tanto las dos caras de la moneda, la de una vida dura, llena de injusticias, sufrimiento y la de ser una persona galardonada y considerada en todos los ámbitos de la cultura.
Este escultor y pintor marroquí, se sintió impulsado a escribir esta
novela cuando observó la vida de un grupo de muchachos jugando al futbol en una
mísera barriada a las afueras de la populosa Casablanca, que viven hacinados
alrededor de un basurero. Similar situación a la de multitud de barriadas
pobres, marginales que hay en casi todas las grandes urbes de todo el mundo,
algunas malas, otras peores, pero todas ellas llenas del desamparo de una
sociedad basada en la riqueza mal repartida y donde la falta de cultura, la
precaria economía y las pobres perspectivas de futuro, provocan que la
violencia y la muerte se conviertan en algo cotidiano. En ese ambiente
trascurre la novela, la cual nos cuenta el recorrido de Yashin y otro grupo de
jóvenes criados en la barriada de Sidi Moumen, un lugar hostíl, pero a la vez
familiar. Se trata de un grupo de jóvenes que no conocían más mundo que el que
les rodeaba, pasando su niñez entre el futbol, las peleas, los conflictos de
familias y el amor.
El autor plasma de manera
neutral, pero humana, no ajena a los sentimientos, pero sin justificar ni
atacar nada, sencillamente mostrando esa realidad desconocida por muchos, la de
ese submundo escondido en los suburbios de las grandes ciudades. Somos los
lectores los que vamos descubriendo como el trascurrir de los acontecimientos
llevan de manera casi natural, sin grandes rupturas, ni excesivo
adoctrinamiento, a un camino que inexorablemente lleva a Yashim a la tragedia. Sorprende
por otro lado la descripción de situaciones que desde nuestro punto de vista, quizá parezcan
impensables en el mundo islámico, como la homosexualidad, la influyente
posición de las mujeres, la irreligiosidad y el abuso de los vicios como el alcohol
o las drogas. Descubrimos que no dista mucho de la degradación de occidente que
tanto critican los árabes y por otro lado, esa falta de espiritualidad observada en los
protagonistas, muestra el mismo panorama de nuestra sociedad. El problema es
cuando nadie les ofrece una salida a su desdichada situación, salvo los
extremistas religiosos que se infiltran, sabedores que en ese ambiente
encontrarán lo que necesitan: jóvenes que no temen a la muerte, pues viven
rodeados de ella.
Un libro estremecedor en todo
sentido, pero que nos hace ver una realidad que la sociedad y los gobiernos de
occidente se niegan a ver, que la salida no está en declarar guerras a las naciones
de oriente, sino erradicar el extremismo que convive en sus ciudades y en las nuestras, por medio
de eliminar esos focos de delincuencia que surgen de la marginalidad, la falta
de una educación y una igualdad de oportunidades, tanto dentro de Europa, como
en los países de origen del mal. Puedo decir que vale la pena leer este libro,
máxime cuando el autor está más que dispuesto a utilizar las ganancias que
recibirá con la venta de este, a construir centros culturales, bibliotecas, conservatorios
de música y danza, que le den otra vía de escape a esa juventud que de otro
modo estaría perdida, así, aunque sea una gota de agua en un mar, me alegro de
haber colaborado algo en ello.
Puede obtenerse aquí